PLATÓ. GRAUS DE CONEIXEMENT.
SÍMIL DE LA LÍNEA.
República VI: El símil de la línea (Rep., 510a-511e)
--Ahora bien, también sabes que, para las más de las gentes, el bien es el placer; y para los más ilustrados, el conocimiento.
--¿Cómo no?
--Y
también, mi querido amigo, que quienes tal opinan no pueden indicar qué
clase de conocimiento, sino que al fin se ven obligados a decir que el
del bien.
--Lo cual es muy gracioso --dijo.
--¿Cómo
no va a serlo --dije--, si después de echarnos en cara que no conocemos
el bien nos hablan luego como a quien lo conoce? En efecto, dicen que
es el conocimiento del bien, como si comprendiéramos nosotros lo que
quieren decir cuando pronuncian el nombre del bien.
--Tienes mucha razón --dijo.
--¿Y
los que definen el bien como el placer? ¿Acaso no incurren en un
extravío no menor que el de los otros? ¿No se ven también éstos
obligados a convenir en que existen placeres malos?
--En efecto.
--Les acontece, pues, creo yo, el convenir en que las mismas cosas son buenas y malas. ¿No es eso?
--¿Qué otra cosa va a ser?
--¿Es, pues, evidente, que hay muchas y grandes dudas sobre esto?
--¿Cómo no?
--¿Y
qué? ¿No es evidente también que mientras con respecto a lo justo y lo
bello hay muchos que, optando por la apariencia, prefieren hacer y tener
lo que lo parezca, aunque no lo sea, en cambio, con respecto a lo
bueno, a nadie le basta con poseer lo que parezca serlo, sino que buscan
todos la realidad, desdeñando en ese caso la apariencia?
--Efectivamente --dijo.
--Pues
bien, esto que persigue y con miras a lo cual obra siempre toda alma,
que, aun presintiendo que ello es algo, no puede, en su perplejidad,
darse suficiente cuenta de lo que es ni guiarse por un criterio tan
seguro como en lo relativo a otras cosas, por lo cual pierde también las
ventajas que pudiera haber obtenido de ellas… ¿Consideraremos, pues,
necesario que los más excelentes ciudadanos, a quienes vamos a confiar
todas las cosas, permanezcan en semejante oscuridad con respecto a un
bien tan preciado y grande?
--En modo alguno --dijo.
--En
efecto, creo yo --dije-- que las cosas justas y hermosas de las que no
se sabe en qué respecto son buenas no tendrán un guardián que valga gran
cosa en aquel que ignore este extremo; y auguro que nadie las conocerá
suficientemente mientras no lo sepa.
--Bien auguras --dijo.
--¿No tendremos, pues, una comunidad perfectamente organizada cuando la guarde un guardián conocedor de estas cosas?
--Es forzoso --dijo--.
--Pero tú, Sócrates, ¿dices que el bien es el conocimiento, o que es el placer, o que es alguna otra distinta de éstas?
--¡Vaya
con el hombre! --exclamé--. Bien se veía desde hace rato que no te ibas
a contentar con lo que opinaran los demás acerca de ello.
--Porque
no me parece bien, ¡oh Sócrates! --dijo--, que quien durante tanto
tiempo se ha ocupado de estos asuntos pueda exponer las opiniones de los
demás, pero no las suyas.
--¿Pues qué? --dije yo--. ¿Te parece bien que hable uno de las cosas que no sabe como si las supiese?
--No como si las supiese --dijo--, pero sí que acceda a exponer, en calidad de opinión, lo que él opina.
--¿Y
qué? ¿No te has dado cuenta --dije-- de que las opiniones sin
conocimiento son todas defectuosas? Pues las mejores de entre ellas son
ciegas. ¿O crees que difieren en algo de unos ciegos que van por buen
camino aquellos que profesan una opinión recta pero sin conocimiento?
--En nada --dijo.
--¿Quieres, entonces, ver cosas feas, ciegas y tuertas, cuando podrías oírlas claras y hermosas de labios de otros?
--¡Por
Zeus! --dijo Glaucón--. No te detengas, ¡oh Sócrates!, como si hubieses
llegado ya al final. A nosotros nos basta que, como nos explicaste lo
que eran la justicia, templanza y demás virtudes, del mismo modo nos
expliques igualmente lo que es el bien.
--También
yo, compañero, --dije--, me daría por plenamente satisfecho. Pero no
sea que resulte incapaz de hacerlo y provoque vuestras risas con mis
torpes esfuerzos. En fin, dejemos por ahora, mis bienaventurados amigos,
lo que pueda ser el bien en sí, pues me parece un tema demasiado
elevado para que, con el impulso que llevamos ahora, podamos llegar en
este momento a mi concepción acerca de ello. En cambio, estoy dispuesto a
hablaros de algo que parece ser hijo del bien y asemejarse sumamente a
él; eso si a vosotros os agrada, y si no, lo dejamos.
--Háblanos, pues --dijo--. Otra vez nos pagarás tu deuda con la descripción del padre.
--¡Ojalá
--dije-- pudiera yo pagarla y vosotros percibirla entera en vez de
contentaros, como ahora, con los intereses! En fin, llevaos, pues, este
hijo del bien en sí, este interés producido por él, mas cuidad de que yo
no os engañe involuntariamente, pagándoos los réditos en moneda falsa.
--Tendremos todo el cuidado posible --dijo--. Pero habla ya.
--Sí
--contesté--, pero después de haberme puesto de acuerdo con vosotros y
de haberos recordado lo que se ha dicho antes y se había dicho ya muchas
otras veces.
--¿Qué? --dijo.
--Afirmamos
y definimos en nuestra argumentación --dije-- la existencia de muchas
cosas buenas y muchas cosas hermosas y muchas también de cada una de las
demás clases.
--En efecto, así lo afirmamos.
--Y
que existe, por otra parte, lo bello en sí y lo bueno en sí; y del
mismo modo, con respecto a todas las cosas que antes definíamos como
múltiples, consideramos, por el contrario, cada una de ellas como
correspondiente a una sola idea, cuya unidad suponemos, y llamamos a
cada cosa «aquello que es».
--Tal sucede.
--Y de lo múltiple decimos que es visto, pero no concebido, y de las ideas, en cambio, que son concebidas, pero no vistas.
--En absoluto.
--Ahora bien, ¿con qué parte de nosotros vemos lo que es visto?
--Con la vista --dijo.
--¿Y no percibimos --dije-- por el oído lo que se oye y por medio de los demás sentidos todo lo que se percibe?
--¿Cómo no?
--¿No
has observado --dije-- de cuánta mayor generosidad usó el artífice de
los sentidos para con la facultad de ver y ser visto?
--No, en modo alguno --dijo.
--Pues
considera lo siguiente: ¿existe alguna cosa de especie distinta que les
sea necesaria al oído para oír o a la voz para ser oída; algún tercer
elemento en ausencia del cual no podrá oír el uno ni ser oída la otra?
--Ninguna --dijo.
--Y
creo también --dije yo-- que hay muchas otras facultades, por no decir
todas, que no necesitan de nada semejante. ¿O puedes tú citarme alguna?
--No, por cierto --dijo.
--Y en cuanto a la facultad de ver y ser visto, ¿no te has dado cuenta de que ésta sí que necesita?
--¿Cómo?
--Porque
aunque, habiendo vista en los ojos, quiera su poseedor usar de ella, y
aunque esté presente el color en las cosas, sabes muy bien que si no se
añade la tercera especie particularmente constituida para este mismo
objeto, ni la vista verá nada ni los colores serán visibles.
--¿Y qué es eso --dijo-- a que te refieres?
--Aquello --contesté-- a lo que tú llamas luz.
--Tienes razón --dijo.
--No
es pequeña, pues, la medida en que, por lo que toca a excelencia,
supera el lazo de unión entre el sentido de la vista y la facultad de
ser visto a los que forman las demás uniones; a no ser que la luz sea
algo despreciable.
--No --dijo--; está muy lejos de serlo.
--¿Y
a cuál de los dioses del cielo puedes indicar como dueño de estas cosas
y productor de la luz, por medio de la cual vemos nosotros y son vistos
los objetos con la mayor perfección posible?
--Al mismo --dijo-- que tú y los demás, pues es evidente que preguntas por el sol.
--Ahora bien, ¿no se encuentra la vista en la siguiente relación con respecto a este dios?
--¿En cuál?
--No es sol la vista en sí, ni tampoco el órgano en que se produce, al cual llamamos ojo.
--No, en efecto.
--Pero éste es, por lo menos, el más parecido al sol, creo yo, de entre los órganos de los sentidos.
--Con mucho.
--Y el poder que tiene, ¿no lo posee como algo dispensado por el sol en forma de una especie de emanación?
--En un todo.
--¿Más no es así que el sol no es visión, sino que siendo causante de ésta, es percibido por ella misma?
--Así es --dijo.
--Pues
bien, he aquí --continué-- lo que puedes decir que yo designaba como
hijo del bien, engendrado por éste a su semejanza como algo que, en la
región visible, se comporta, con respecto a la visión y a lo visto, del
mismo modo que aquél en la región inteligible con respecto a la
inteligencia y a lo aprehendido por ella.
--¿Cómo? --dijo--. Explícamelo algo más.
--¿No
sabes --dije--, con respecto a los ojos, que, cuando no se les dirige a
aquello sobre cuyos colores se extienda la luz del sol, sino a lo que
alcanzan las sombras nocturnas, ven con dificultad y parecen casi
ciegos, como si no hubiera en ellos visión clara?
--Efectivamente --dijo.
--En cambio, cuando ven perfectamente lo que el sol ilumina, se muestra, creo yo, que esa visión existe en aquellos mismos ojos.
--¿Cómo no?
--Pues
bien, considera del mismo modo lo siguiente con respecto al alma.
Cuando ésta fija su atención sobre un objeto iluminado por la verdad y
el ser, entonces lo comprende y conoce y demuestra tener inteligencia;
pero cuando la fija en algo que está envuelto en penumbras, que nace o
perece, entonces, como no ve bien, el alma no hace más que concebir
opiniones siempre cambiantes y parece hallarse privada de toda
inteligencia.
--Tal parece, en efecto.
--Puedes,
por tanto, decir que lo que proporciona la verdad a los objetos del
conocimiento y la facultad de conocer al que conoce, es la idea del bien
a la cual debes concebir como objeto del conocimiento pero también como
causa de la ciencia y de la verdad; y así, por muy hermosas que sean
ambas cosas, el conocimiento y la verdad, juzgarás rectamente si
consideras esa idea como otra cosa distinta y más hermosa todavía que
ellas. Y en cuanto al conocimiento y la verdad, del mismo modo que en
aquel otro mundo se puede creer que la luz y la visión se parecen al
sol, pero no que sean el mismo sol, del mismo modo en éste es acertado
el considerar que uno y otra son semejantes al bien, pero no lo es el
tener a uno cualquiera de los dos por el bien mismo, pues es mucho mayor
todavía la consideración que se debe a la naturaleza del bien.
--¡Qué
inefable belleza --dijo-- le atribuyes! Pues, siendo fuente del
conocimiento y la verdad, supera a ambos, según tú, en hermosura. No
creo, pues, que lo vayas a identificar con el placer.
--Ten tu lengua --dije--. Pero continúa considerando su imagen de la manera siguiente.
--¿Cómo?
--Del
sol dirás, creo yo, que no sólo proporciona a las cosas que son vistas
la facultad de serlo, sino también la generación, el crecimiento y la
alimentación; sin embargo, él no es generación.
--¿Cómo había de serlo?
--Del
mismo modo puedes afirmar que a las cosas inteligibles no sólo les
adviene por obra del bien su cualidad de inteligibles, sino también se
les añaden, por obra también de aquél, el ser y la esencia; sin embargo,
el bien no es esencia, sino algo que está todavía por encima de aquélla
en cuanto a dignidad y poder.
Entonces Glaucón dijo con mucha gracia:
--¡Por Apolo! ¡Qué maravillosa superioridad!
--Tú tienes la culpa --dije--, porque me has obligado a decir lo que opinaba acerca de ello.
--Y
no te detengas en modo alguno-- dijo--. Sigue exponiéndonos, si no otra
cosa, al menos la analogía con respecto al sol, si es que te queda algo
que decir.
--Desde luego --dije--; es mucho lo que me queda.
--Pues bien --dijo--, no te dejes ni lo más insignificante.
--Me
temo --contesté-- que sea mucho lo que me deje. Sin embargo, no omitiré
de intento nada que pueda ser dicho en esta ocasión.
--No, no lo hagas --dijo.
--Pues
bien --dije--, observa que, como decíamos, son dos, y que reinan, el
uno en el género y región inteligibles, y el otro, en cambio, en la
visible; y no digo que en el cielo para que no creas que juego con el
vocablo. Sea como sea, ¿tienes ante ti esas dos especies, la visible y
la inteligible?
--Las tengo.
--Toma,
pues,una línea que esté cortada en dos segmentos desiguales y vuelve a
cortar cada uno de los segmentos, el del género visible y el del
inteligible, siguiendo la misma proporción. Entonces tendrás,
clasificados según la mayor claridad u oscuridad de cada uno: en el
mundo visible, un primer segmento, el de las imágenes. Llamo imágenes
ante todo a las sombras y, en segundo lugar, a las figuras que se forman
en el agua y en todo lo que es compacto, pulido y brillante y a otras
cosas semejantes, si es que me entiendes.
--Sí que te entiendo.
--En
el segundo pon aquello de lo cual esto es imagen: los animales que nos
rodean, todas las plantas y el género entero de las cosas fabricadas
--Lo pongo --dijo.
--Accederías
acaso --dije yo-- a reconocer que lo visible se divide, en proporción a
la verdad o a la carencia de ella, de modo que la imagen se halle, con
respecto a aquello que imita, en la misma relación en que lo opinado con
respecto a lo conocido?
--Desde luego que accedo --dijo.
--Considera, pues, ahora de qué modo hay que dividir el segmento de lo inteligible.
--Cómo?
--De
modo que el alma se vea obligada a buscar la una de las partes
sirviéndose, como de imágenes, de aquellas cosas que antes eran
imitadas, partiendo de hipótesis y encaminándose así, no hacia el
principio, sino hacia la conclusión; y la segunda ,partiendo también de
una hipótesis, pero para llegar a un principio no hipotético y llevando a
cabo su investigación con la sola ayuda de las ideas tomadas en sí
mismas y sin valerse de las imágenes a que en la búsqueda de aquello
recurría.
--No he comprendido de modo suficiente --dijo-- eso de que hablas.
--Pues
lo diré otra vez --contesté--. Y lo entenderás mejor después del
siguiente preámbulo. Creo que sabes que quienes se ocupan de geometría,
aritmética y otros estudios similares dan por supuestos los números
impares y pares, las figuras, tres clases de ángulos y otras cosas
emparentadas con éstas y distintas en cada caso; las adoptan como
hipótesis, procediendo igual que si las conocieran, y no se creen ya en
el deber de dar ninguna explicación ni a sí mismos ni a los demás con
respecto a lo que consideran como evidente para todos, y de ahí es de
donde parten las sucesivas y consecuentes deducciones que les llevan
finalmente a aquello cuya investigación se proponían.
--Sé perfectamente todo eso --dijo.
--Y
no sabes también que se sirven de figuras visibles acerca de las cuales
discurren, pero no pensando en ellas mismas, sino en aquello a que ellas
se parecen, discurriendo, por ejemplo, acerca del cuadrado en sí y de
su diagonal, pero no acerca del que ellos dibujan, e igualmente en los
demás casos; y que así, las cosas modeladas y trazadas por ellos, de que
son imágenes las sombras y reflejos producidos en el agua, las emplean,
de modo que sean a su vez imágenes, en su deseo de ver aquellas cosas
en si que no pueden ser vistas de otra manera sino por medio del
pensamiento?
--Tienes razón --dijo.
--Y
así, de esta clase de objetos decía yo que era inteligible, pero que en
su investigación se ve el alma obligada a servirse de hipótesis y, como
no puede remontarse por encima de éstas, no se encamina al principio,
sino que usa como imágenes aquellos mismos objetos, imitados a su vez
por comparación con éstos, son también ellos estimados y honrados como
cosas palpables.
--Ya comprendo --dijo-- te refieres a lo que se hace en geometría y en las ciencias afines a ella.
--Pues
bien, aprende ahora que sitúo en el segundo segmento de la región
inteligible aquello a que alcanza por sí misma la razón valiéndose del
poder dialéctico y considerando las hipótesis no como principios, sino
como verdaderas hipótesis, es decir, peldaos y trampolines que la eleven
hasta lo no hipotético, hasta el principio de todo; y una vez haya
llegado a éste, irá pasando de una a otra de las deducciones que de él
dependen hasta que de ese modo descienda a la conclusión sin recurrir en
absoluto a nada sensible, antes bien, usando solamente de las ideas
tomadas en sí mismas, pasando de una a otra y terminando en las ideas.
--Ya
me doy cuenta --dijo--, aunque no perfectamente, pues me parece muy
grande la empresa a que te refieres, de que lo que intentas es dejar
sentado que es más clara la visión del ser y de lo inteligible que
proporciona la ciencia dialéctica que la que proporcionan las llamadas
artes, a las cuales sirven de principios las hipótesis; pues, aunque
quienes las estudian se ven obligados a contemplar los objetos por medio
del pensamiento y no de los sentidos, sin embargo, como no investigan
remontándose al principio, sino partiendo de hipótesis, por eso te
parece a ti que no adquieren conocimiento de esos objetos que son,
empero, inteligibles cuando están en relación con un principio. Y creo
también que a la operación de los geómetras y demás la llamas
pensamiento, pero no conocimiento, porque el pensamiento es algo que
está entre la simple creencia y el conocimiento.
--Lo
has entendido --dije-- con toda perfección. Ahora aplícame a los cuatro
segmentos estas cuatro operaciones que realiza el alma: la
inteligencia, al más elevado; el pensamiento, al segundo; al tercero
dale el de la creencia y al último la imaginación; y ponlos en ese
orden,considerando que cada uno de ellos participa tanto más de la
claridad cuanto más participen de la verdad los objetos a que se aplica.
--Ya lo comprendo --dijo--; estoy de acuerdo y los ordeno como dices.
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