miércoles, 23 de enero de 2019

HUME: ABSTRACT (RESUM) D' UN TRACTAT SOBRE LA NATURA HUMANA

David Hume
Abstract (Resumen) de un Tratado sobre la Naturaleza Humana

Resultat d'imatges de hUME

Este libro parece estar escrito según el mismo plan que otras varias obras que han tenido gran boga durante los últimos años en Inglaterra. El espíritu filosófico, que tanto ha progresado en toda Europa durante los últimos ochenta años, ha sido llevado dentro de este reino tan lejos como en cualquier otro. Nuestros escritores parecen incluso haber puesto en marcha una nueva clase de filosofía, que promete más que cualquier otra de las que el mundo ha conocido hasta ahora, tanto para el entretenimiento como para el progreso del género humano.

La mayoría de los filósofos de la antigüedad, que trataron de la naturaleza humana, han manifestado más que una profundidad de razonamiento o reflexión, una delicadeza de sentimiento, un justo sentido de la moral, o una grandeza del alma. Se contentaron con representar el sentido común del género humano a la más viva luz y con el mejor giro de pensamiento y expresión, sin seguir fijamente una cadena de proposiciones u ordenar las diversas verdades según una ciencia regular. Por tanto, vale la pena, al menos, ensayar si la ciencia del hombre no admitirá la misma precisión que ha resultado susceptible de aplicación a varias partes de la filosofía natural. Parece asistirnos toda la razón del mundo al imaginar que podía ser llevada al más alto grado de exactitud. SI, al examinar diferentes fenómenos, descubrimos que se resuelven en un solo principio común, y si podemos inferir este principio de otro, llegaremos, al final, a aquellos pocos principios simples, de los que depende todo el resto. Y, aunque nunca podamos llegar a los últimos principios, es una satisfacción ir tan lejos como nuestras facultades nos lo permitan.

Este parece haber sido el propósito de nuestros últimos filósofos y, entre ellos, el de este autor. El se propone hacer la anatomía de la naturaleza humana de una manera metódica y promete no sacar conclusiones sino allí donde le autorice la experiencia. Habla con desprecio de las hipótesis; e insinúa que aquellos de nuestros compatriotas que las han desterrado de la filosofía de la moral, han hecho al mundo un servicio más señalado que Milord Bacon, a quien considera como el padre de la física experimental. Menciona, en esta ocasión, a Mr. Locke, Milord Schaftesbury y al Dr. Mandeville, a Mr. Hutcheson, al Dr. Butler, quienes, aunque difieren en muchos puntos entre sí, parecen estar de acuerdo en fundar enteramente en la experiencia sus precisas disquisiciones sobre la naturaleza humana.

Junto a la satisfacción de conocer lo que más de cerca nos concierne, puede afirmarse con seguridad que casi todas las ciencias están comprendidas en la ciencia de la naturaleza humana y son dependientes de ella. El único fin de la lógica es el de explicar los principios y operaciones de nuestra facultad de razonar y la naturaleza de nuestras ideas; la moral y la crítica consideran nuestros gustos y sentimientos; y la política considera a los hombres en cuanto unidos en sociedad y dependientes los unos de los otros. Por consiguiente, este tratado de la naturaleza humana parece concebido con vistas a un sistema de las ciencias. El autor ha concluido lo que se refiere a la lógica y ha puesto los fundamentos de las otras partes en su tratamiento de las pasiones.

El célebre señor Leibniz ha observado que hay un defecto en los sistemas ordinarios de lógica: que son muy abundantes cuando explican las operaciones del entendimiento en la formación de las demostraciones, pero son demasiado concisos cuando tratan de las probabilidades y de estos otros grados de evidencia, de los cuales dependen enteramente nuestra vida y nuestra acción y que son nuestros guías incluso en la mayoría de nuestras especulaciones filosóficas. Incluye en esta crítica el Ensayo sobre el Entendimiento Humano, la Investigación de la verdad y el Arte de pensar. El autor del Tratado de la Naturaleza Humana parece haber advertido este defecto en esos filósofos y se ha esforzado en remediarlo en la medida de lo posible. Como su libro contiene gran número de especulaciones muy nuevas y notables será imposible dar al lector una idea justa de todo. Así, nos limitaremos principalmente a su explicación de nuestros razonamientos de causa y efecto. Si logramos hacerla inteligible al lector, ella podrá servir de ejemplo para la obra entera.

Nuestro autor comienza con algunas definiciones. Llama percepción a todo lo que puede estar presente en la mente, sea que empleemos nuestros sentidos, o que estemos movidos por la pasión o que ejerzamos nuestro pensamiento y nuestra reflexión. Divide nuestras percepciones en dos clases, a saber, las impresiones y las ideas. Cuando sentimos una pasión o una emoción de cualquier clase, o cuando las imágenes de los objetos externos nos son traídas por nuestros sentidos, la percepción de la mente es lo que él llama impresión, que es una palabra que él emplea en un nuevo sentido. Cuando reflexionamos sobre una pasión o sobre un objeto que no está presente, esta percepción es una idea. Por consiguiente, las impresiones son nuestras percepciones vivas y fuertes; las ideas son las más tenues y más débiles. Esta distinción es evidente, tan evidente como la que hay entre sentir y pensar.

La primera proposición que adelanta es que todas nuestras ideas, o percepciones débiles, son derivadas de nuestras impresiones o percepciones fuertes, y que jamás podemos pensar en cosa alguna que no la hayamos visto fuera de nosotros o sentido en nuestras mentes. Esta proposición parece ser equivalente a la que el señor Locke se ha empeñado con tanto esfuerzo en establecer, esto es, que no hay ideas innatas. Sólo se puede señalar como una inexactitud de este famoso filósofo que comprende todas nuestras percepciones bajo el término idea, en cuyo sentido es falso que no ten~ gamos ideas innatas. Pues es evidente que nuestras percepciones más fuertes o impresiones son innatas, y que la afección natural, el amor a la virtud, el resentimiento y todas las otras pasiones surgen inmediatamente de la naturaleza. Estoy persuadido de que quienquiera que considere la cuestión bajo este aspecto será fácilmente capaz de reconciliar todas las partes. El padre Malebranche tendría dificultad en señalar un solo pensamiento de la mente que no represente algo anteriormente sentido por ella, sea internamente, sea por medio de los sentidos externos; y tendría que admitir que, aunque podamos combinar, mezclar y aumentar o disminuir nuestras ideas, todas ellas son derivadas de estas fuentes. El señor Locke, por otra parte, reconocería gustoso que todas nuestras pasiones son una clase de instintos naturales, que no derivan de otra cosa que de la constitución original de la mente humana.

Nuestro autor piensa que «ningún descubrimiento podría haberse hecho más felizmente para decidir todas las controversias relativas a las ideas, que éste de que las impresiones siempre son anteriores a las ideas y que cada idea con que esté equipada la imaginación ha hecho su aparición primero en una impresión correspondiente. Estas últimas percepciones son todas tan claras y evidentes que no admiten controversia alguna; mientras que muchas de nuestras Ideas son tan oscuras que, hasta para la mente que las forma, es casi imposible decir exacta-mente su naturaleza y su composición». De acuerdo con ello, cuando alguna idea es ambigua, el autor siempre ha recurrido a la impresión, que ha de tornar clara y precisa la idea. Y cuando sospecha que un término filosófico no tiene idea alguna aneja a él (lo que es muy común), pregunta siempre: ¿de qué impresión deriva esta idea? Y si no puede aducir ninguna impresión, concluye que el término carece absolutamente de significación. Es de esta manera como examina nuestra idea de sustancia y de esencia; y sería de desear que este método riguroso fuese más practicado en todos los debates filosóficos.

Es evidente que todos los razonamientos concernientes a cuestiones de hecho están fundados en la relación de causa y efecto, y que no podemos nunca inferir de la existencia de un objeto, la de otro, a menos que haya entre los dos una conexión, mediata o inmediata. Si queremos, por consiguiente, comprender estos razonamientos, es menester que nos familiaricemos con la idea de una causa; y para esto debemos mirar en torno nuestro para encontrar algo que sea la causa de otra cosa.

He aquí una bola de billar colocada sobre la mesa, y otra bola que se mueve hacia ella con rapidez: chocan; y la bola que al principio estaba en reposo adquiere ahora un movimiento. Es éste un ejemplo de la relación de causa y efecto tan perfecto como cualquiera de los conocidos, ya por la sensación, ya por reflexión. Detengámonos, por consiguiente, a examinarlo. Es evidente que las dos bolas se han tocado antes de que fuese comunicado el movimiento, y que no hay intervalo entre el choque y el movimiento. La contigüidad en el tiempo y en el espacio es, pues, una circunstancia exigida para la acción de todas las causas. Es de igual evidencia que el movimiento que fue la causa, es anterior al movimiento que fue el efecto. La prioridad en el tiempo es, pues, otra circunstancia exigida en cada causa. Pero esto no es todo. Hagamos el ensayo con otras bolas cualesquiera de la misma clase en una situación similar y comprobaremos siempre que el impulso de la una produce movimiento en la otra. Hay, entonces, aquí una tercera circunstancia: una conjunción constante entre la causa y el efecto. Todo objeto semejante a la causa produce siempre algún objeto semejante al efecto. Fuera de estas tres circunstancias de contigüidad, prioridad y conjunción constante, nada puedo descubrir en esta causa. La primera bola está en movimiento: toca a la segunda; inmediatamente la segunda se pone en movimiento; y cuando intento el experimento con las mismas bolas o con bolas parecidas, en circunstancias iguales o parecidas, compruebo que al movimiento y contacto de una de estas bolas siempre sigue el movimiento de la otra. Por más vueltas que dé al asunto y por más que lo examine nada más puedo descubrir.

Tal es el caso cuando la causa y el efecto están, ambos, presentes a los sentidos. Veamos ahora en qué se funda nuestra inferencia cuando, de la presencia del uno, concluimos que ha existido o existirá el otro. Supongamos que veo una bola moviéndose en línea recta hacia otra: concluyo inmediatamente que van a chocar y que la segunda se pondrá en movimiento. Hay aquí una inferencia de causa a efecto; y de esta naturaleza son todos nuestros razonamientos en la conducta de la vida; en ella está fundada toda nuestra creencia en la historia; y de ella deriva toda la filosofía, con la sola excepción de la geometría y la aritmética. Si podemos explicar esta inferencia a partir del choque de dos bolas, seremos capaces de dar cuenta de esta operación de la mente en todos los otros casos.
Si hubiese sido creado un hombre, como Adán, con pleno vigor del entendimiento, pero sin experiencia, nunca sería capaz de inferir el movimiento de la segunda bola del movimiento y del impulso de la primera. No se trata de que algo que la razón vea en la causa sea lo que nos hace inferir el efecto. Tal inferencia, si fuera posible, equivaldría a una demostración, al estar fundada únicamente en la comparación de las ideas. Pero ninguna inferencia de causa a efecto equivale a una demostración. De lo cual hay esta prueba evidente: la mente puede siempre concebir que un efecto se sigue de una causa, y también que un acontecimiento sigue después de otro; todo lo que concebimos es posible, al menos en sentido metafísico; pero donde quiera que tiene lugar una demostración, lo contrario es imposible e implica contradicción. Por consiguiente, no hay demostración para la conjunción de causa y efecto. Y es este un principio generalmente admitido por los filósofos.

Por tanto, para Adán (de no estar inspirado) hubiera sido necesario que hubiese tenido experiencia del efecto que siguió del impulso de estas dos bolas. Hubiera tenido que haber visto, en varios casos, que cuando la primera bola golpeaba a otra, la segunda adquiría siempre movimiento. Si hubiera visto un número suficiente de casos de esta clase, siempre que viese la primera bola moverse hacia la otra concluiría, sin vacilación, que la segunda adquiría movimiento. Su entendimiento se anticiparía a su vista y formaría una conclusión adecuada a su experiencia pasada. Se sigue, pues, que todos los razonamientos concernientes a la causa y al efecto están fundados en la experiencia, y que todos los razonamientos sacados de la experiencia están fundados en la suposición de que el curso de la naturaleza continuará siendo uniformemente el mismo. Concluimos que causas semejantes, en circunstancias semejantes, producirían siempre efectos semejantes. Puede valer la pena considerar un momento lo que nos determina a formular una conclusión de tan infinita consecuencia.

Es evidente que Adán, con toda su ciencia, jamás habría sido capaz de demostrar que el curso de la naturaleza ha de continuar siendo uniformemente el mismo y que el futuro ha de estar en conformidad con el pasado. Lo que es posible nunca puede ser demostrado que sea falso; es posible que el curso de la naturaleza pueda cambiar, pues somos capaces de concebir tal cambio. Y bien, iré más lejos: afirmo que Adán tampoco podría probar, por un argumento probable, que el futuro ha de estar en conformidad con el pasado. Todos los argumentos probables están apoyados en la suposición de que existe esta conformidad entre el futuro y el pasado; y por consiguiente, nunca pueden probarla. Esta conformidad es una cuestión de hecho; y si se trata de probarla, no admitirá prueba alguna que no proceda de la experiencia. Pero nuestra experiencia en el pasado no puede ser prueba de nada para el futuro, a no ser bajo la suposición de que hay entre ellos semejanza. Por consiguiente, es este un punto que no puede admitir prueba en absoluto, y que nosotros damos por sentado sin prueba alguna.

Estamos determinados solamente por la costumbre a suponer el futuro en conformidad con el pasado. Cuando veo una bola de billar moviéndose hacia otra, mi mente es llevada inmediatamente por el hábito hacia el efecto ordinario y se anticipa a mi vista concibiendo la segunda bola en movimiento. No hay nada en esos objetos, abstractamente considerados y con independencia de la experiencia, que me lleve a formar una tal conclusión: y aún después de haber tenido la experiencia de muchos de esos efectos repetidos, no hay ningún argumento que me determine a suponer que el efecto será conforme a la experiencia pasada. Las fuerzas por las que operan los cuerpos son enteramente desconocidas. Solamente percibimos sus cualidades sensibles: ¿Qué razón tenemos para pensar que las mismas fuerzas estarán siempre unidas a las mismas cualidades sensibles?.

No es, pues, la razón, la guía de la vida, sino la costumbre. Solamente ella determina a la mente a suponer, en todos los casos, que el futuro es conforme al pasado. Por fácil que pueda parecer este paso, la razón no será capaz de hacerlo, en toda la eternidad.

Es este un descubrimiento muy curioso, pero nos conduce a otros que son todavía más curiosos. Cuando veo una bola de billar moviéndose hacia otra, mi mente es inmediatamente llevaba por el hábito hacia el efecto ordinario y se adelanta a mi vista concibiendo la segunda bola en movimiento. Pero ¿es esto todo? ¿No hago otra cosa que concebir el movimiento de la otra bola? No, ciertamente. También creo que ella se moverá. ¿Qué es, entonces, esta creencia? ¿Y en qué difiere ella de la simple concepción de una cosa? He aquí una cuestión nueva no pensada por los filósofos.

Cuando una demostración me convence de una proposición no solamente me hace concebir la proposición, sino que también me hace comprender que es imposible concebir una cosa contraria. Aquello que es falso por demostración implica una contradicción; y lo que implica una contradicción no puede concebirse. Pero en lo que respecta a una cuestión de hecho, por fuerte que sea la prueba que proporciona la experiencia, puedo siempre concebir lo contrario, aunque no siempre pueda creerlo. La creencia establece, pues, una cierta diferencia entre la concepción a la que asentimos y aquélla a la cual no asentimos.

Para explicar esto no hay más que dos hipótesis. Se puede decir que la creencia agrega alguna idea nueva a aquéllas que podemos concebir sin darles nuestro asentimiento. Pero esta hipótesis es falsa. Cuando simplemente concebimos un objeto, lo concebimos en todas sus partes. Lo concebimos tal como podría existir aunque no creamos que exista. Nuestra creencia en él no descubrirá cualidades nuevas. Podemos pintar el objeto entero en la imaginación sin creer en él. Podemos, en cierto modo, ponerlo ante nuestros ojos, con toda circunstancia de tiempo y lugar. Este es el objeto verdadero concebido tal cual podría existir; y cuando creemos en él, nada más podemos hacer.

En segundo lugar, tiene la mente la facultad de juntar todas las ideas que no envuelven contradicción; y por consiguiente, si la creencia consistiera en cierta idea que agregáramos a la simple concepción, tendría el hombre el poder, mediante la adición de esta idea a la concepción, de creer cualquier cosa que fuera capaz de concebir.
Entonces, puesto que la creencia implica una concepción y es, sin embargo, algo más; y puesto que ella no agrega ninguna idea nueva a la concepción, se sigue que es una manera diferente de concebir un objeto; es algo que se puede distinguir por el sentimiento, y que no depende de nuestra voluntad, como ocurre con todas nuestras ideas. Mi mente pasa, por hábito, del objeto visible de una bola que se mueve hacia otra, al efecto ordinario del movimiento en la segunda bola. No sólo concibe ese movimiento, sino que siente en la concepción de él algo diferente de un mero ensueño de la imaginación. La presencia de este objeto visible y la conjunción constante de este efecto particular hacen la idea diferente por el sentimiento de esas ideas vagas que llegan a la mente sin ninguna introducción. Esta conclusión parece un tanto sorprendente, pero hemos sido conducidos a ella por una cadena de proposiciones que no admite duda alguna. Para aliviar la memoria del lector las resumiré brevemente. Ninguna cuestión de hecho puede ser probada sino por su causa o por su efecto. Sólo por su experiencia conocemos que una cosa es la causa de otra. No podemos dar ninguna razón para extender al futuro nuestra experiencia del pasado; pero estamos enteramente determinados por la costumbre cuando concebimos que un efecto se sigue de su causa habitual. Pero creemos también que ese efecto se sigue de ella tal como lo concebimos. Esta creencia no agrega ninguna idea y constituye una diferencia por el sentimiento o feeling. Por consiguiente, en todas las cuestiones de hecho, la creencia nace solamente de la costumbre y es una idea concebida de una manera particular.

Nuestro autor procede a explicar la manera o sentimiento, que hace a la creencia diferente de una concepción vaga. Parece darse cuenta de que es imposible describir con palabras este sentimiento, del que cada uno debe ser consciente en su propio corazón. Ora lo llama una concepción más fuerte, ya una concepción más viva o más vívida, o más firme, o también una concepción más intensa. A decir verdad, cualquiera que sea el nombre que podamos dar a este sentimiento que constituye la creencia, nuestro autor considera evidente que este sentimiento tiene sobre la mente un efecto más potente que la ficción y que la pura concepción. Esto lo prueba por su influencia sobre las pasiones y sobre la imaginación, las cuales son movidas por la verdad o por aquello que se toma como tal. La poesía, con todo su arte, jamás puede causar una pasión como las de la vida real. Ella presenta una deficiencia en su concepción original de los objetos, a los cuales jamás se siente de la misma manera que aquellos que imponen nuestra creencia y nuestra opinión.

Nuestro autor se jacta de haber probado suficientemente que las ideas a las que asentimos son diferentes de las otras ideas por el sentimiento, y que este sentimiento es más firme y más vivo que nuestra concepción común, y se esfuerza, luego, en explicar las causas de este sentimiento vivo por analogía  
con otros actos de la mente. Su razonamiento parece ser curioso; pero sería difícil hacerlo inteligible para el lector, o por lo menos probable, sin una larga disgresión que excedería los límites que me he impuesto a mí mismo.

Igualmente he omitido muchos argumentos que el autor aduce para probar que la creencia consiste únicamente en un sentimiento o feeling peculiar. Solamente mencionaré uno: nuestra experiencia pasada no es siempre uniforme. Unas veces, un efecto se sigue de una causa; otras es otro: en este caso, siempre creemos que existirá lo que es más común. Veo una bola de billar moviéndose hacia otra. No puedo distinguir si se mueve sobre su eje o si ha sido impulsada de manera que se deslice sobre la superficie de la mesa. Sé que en el primer caso, ella no se detendrá después del choque. En el segundo, es posible que se detenga. El primero es el más común y, en consecuencia, me dispongo a contar con ese efecto. Pero también concibo el otro efecto, y lo concibo como posible y como conectado con la causa. Si una concepción no fuera diferente de la otra por el sentimiento o feeling, no habría entre ellas diferencia alguna.

En todo este razonamiento nos hemos limitado a la relación de causa a efecto tal como se descubre en los movimientos y operaciones de la materia. Pero el mismo razonamiento se extiende a las operaciones de la mente. Ya se considere la influencia de la voluntad en el movimiento de nuestro cuerpo o en el gobierno de nuestro pensamiento, puede afirmarse con toda seguridad que nunca podríamos predecir el efecto de la sola consideración de la causa, sin experiencia. Aún después de tener experiencia de estos efectos, es sólo la costumbre, no la razón, quien nos determina a hacer de ella la regla de nuestros juicios futuros. Cuando la causa está presente, la mente, por hábito, pasa inmediatamente a la concepción del efecto ordinario y a la creencia de él. Esta creencia es algo diferente de la concepción. Sin embargo, no le agrega idea alguna. Sólo hace que la sintamos diferentemente, y la torna más fuerte y más viva.

Después de haber terminado con este punto esencial referente a la naturaleza de la inferencia de causa a efecto, vuelve nuestro autor sobre sus pasos y examina de nuevo la idea de esta relación. Cuando hemos considerado el movimiento comunicado de una bola a otra, no hemos podido descubrir en él otra cosa que contigüidad, prioridad de la causa y conjunción constante. Pero, además de estas circunstancias, se supone comúnmente que hay una conexión necesaria entre la causa y el efecto y que la causa posee algo que llamamos un poder, o fuerza o energía. La cuestión es ¿qué idea está ligada a estos términos? Si todas nuestras ideas y pensamientos derivan de nuestras impresiones, este poder tiene que descubrirse o bien a nuestros sentidos o bien a nuestro sentimiento interno. Pero tan escasamente se descubre a los sentidos poder alguno en las operaciones de la materia, que los cartesianos no han tenido escrúpulos en afirmar que la materia está totalmente desprovista de energía y que todas sus operaciones son efectuadas únicamente por la energía del Ser supremo. Pero la cuestión vuelve a surgir de nuevo: ¿Qué idea tenemos de la energía o del poder, incluso en el Ser supremo? Toda nuestra idea de una deidad (de acuerdo con aquéllos que niegan las ideas innatas) no es más que una composición de aquellas ideas que adquirimos reflexionando sobre las operaciones de nuestras propias mentes. Ahora bien, nuestras propias mentes no nos suministran más noción de energía que la que nos suministra la materia. Si consideramos nuestra voluntad o volición a priori haciendo abstracción de la experiencia, nunca seremos capaces de inferir de ella efecto alguno. Y si recurrimos a la ayuda de la experiencia, ésta nos muestra solamente objetos contiguos, sucesivos y constantemente unidos. En suma, pues, o bien no tenemos en absoluto la idea de la fuerza y de la energía, y estas palabras carecen enteramente de significación; o bien no pueden significar otra cosa que aquella determinación del pensamiento, adquirida por el hábito, a pasar de la causa a su efecto ordinario. Pero todo aquél que quiera entender a fondo esto deberá consultar al autor mismo. Para mí es suficiente si logro hacer captar a la gente ilustrada, que hay en esta cuestión cierta dificultad, y que quien pretenda resolverla deberá decirnos algo muy nuevo y extraordinario, algo tan nuevo como la dificultad misma.

Por todo lo que se ha dicho, advertirá fácilmente el lector que la filosofía contenida en ese libro es muy escéptica y tiende a darnos una noción de las imperfecciones y de los límites estrechos del entendimiento humano. Casi todo el razonamiento está aquí reducido a la experiencia; y la creencia que acompaña a la experiencia es explicada como no otra cosa que un sentimiento peculiar, o una concepción viva producida por el hábito. Por cierto, esto no es todo: cuando creemos en una cosa de existencia externa, o suponemos que un objeto existe un momento después de no ser ya percibido, esta creencia no es otra cosa que un sentimiento de la misma especie. Nuestro autor insiste en otros varios tópicos escépticos; y, en suma, concluye que asentimos a nuestras facultades y que empleamos nuestra razón únicamente porque no podemos impedirlo. La filosofía haría de todos nosotros unos pirronianos completos, si la naturaleza no fuera demasiado fuerte para impedirlo.

Terminaré con la lógica de este autor, comentando dos posiciones que parecen ser peculiares de él como, por lo demás, lo son muchas de sus opiniones. Afirma que el alma, en cuanto podemos concebirla, no es sino un sistema o serie de percepciones diferentes tales como las del frío y calor, amor y odio, pensamientos y sensaciones, todas unidas en conjunto, pero sin una simplicidad o identidad perfectas. Descartes sostenía que el pensamiento era la esencia de la mente, no tal o cual pensamiento, sino el pensamiento en general. Esto parece ser absolutamente ininteligible, puesto que todo lo que existe es particular. Y, por tanto, han de ser nuestras diferentes percepciones particulares las que compongan la mente. Digo componer la mente y no pertenecer a la mente. La mente no es una sustancia en la que estén inherentes las percepciones. Esta noción es tan ininteligible como la cartesiana según la cual el pensamiento, o percepción en general, es la esencia de la mente. No tenemos idea alguna de sustancia de ninguna clase, pues sólo tenemos idea de lo que deriva de alguna impresión, y no tenemos impresión de sustancia alguna, ya sea material o espiritual. No conocemos nada fuera de las cualidades y de las percepciones particulares. Del mismo modo que nuestra idea de un cuerpo, un melocotón por ejemplo, es solamente la idea de ciertas cualidades particulares: sabor, color, figura, tamaño, consistencia..., etc. Así nuestra idea de una mente es solamente aquélla de las percepciones particulares, sin la noción de cosa alguna a la que llamamos sustancia, sea simple o sea compuesta.

El segundo principio que me propuse comentar se relaciona con la geometría. Habiendo negado la infinita divisibilidad de la extensión, nuestro autor se ve obligado a refutar los argumentos matemáticos que han sido aducidos en favor de ella; y que son, por los demás, los únicos que tienen algún peso. Objeta que la geometría sea una ciencia suficientemente exacta para admitir conclusiones tan sutiles como las referidas a la divisibilidad infinita. Sus argumentos pueden ser expuestos así: Toda la geometría está fundada en las nociones de igualdad y desigualdad; y, por consiguiente, según tengamos o no una regla exacta para juzgar esta relación, admitirá o no la ciencia misma una gran exactitud. Ahora bien, hay una regla exacta de la igualdad, si suponemos que la cantidad está compuesta de puntos indivisibles. Dos líneas son iguales cuando el número de puntos que la componen son iguales en ambas, y cuando cada punto de una de ellas corresponde a un punto de la otra. Pero, aunque esta regla sea exacta no sirve de nada, pues jamás podemos calcular el número de puntos de una línea. Está fundada además en la suposición de una divisibilidad finita, y por consiguiente, nunca puede proporcionar ninguna conclusión contra ésta. Si rechazamos esta regla de la igualdad no disponemos de ninguna otra que pretenda ser exacta. Encuentro que hay dos de las cuales se hace uso comúnmente. Se dice de dos líneas de más de una yarda, por ejemplo, que son iguales, cuando contienen un número igual de veces una cantidad inferior, por ejemplo, una pulgada. Pero esto es girar dentro de un círculo. Pues la cantidad que llamamos una pulgada en una de las líneas, se supone que es igual a la que llamamos una pulgada en la otra; y subsiste, entonces, la cuestión de saber cuál es la regla según la que procedemos cuando las juzgamos iguales; o, en otras palabras, qué significamos cuando decimos que son iguales. Si tomamos cantidades aún más pequeñas continuaremos al infinito. No hay, pues, una regla para juzgar la igualdad. La mayor parte de los filósofos, cuando se les pregunta qué entienden por igualdad responden que la palabra no admite definición, y que es suficiente colocar ante nosotros dos cuerpos iguales, por ejemplo, dos diámetros de un círculo, para hacernos comprender ese término. Ahora bien, esto es tomar la apariencia general de los objetos como regla de esa proporción y convertir a nuestra imaginación y nuestros sentidos en jueces últimos de ella. Pero una regla tal no admite ninguna exactitud y jamás puede proporcionar conclusión alguna contraria a la imaginación y a los sentidos. Que esta cuestión sea justa o no, es cosa que debe juzgarla gente ilustrada. Sería ciertamente de desear que se descubriese algún expediente para reconciliar la filosofía y el sentido común, los cuales, en lo concerniente a la cuestión de la divisibilidad infinita, han librado entre sí muy crueles guerras.

Tenemos ahora que proceder a dar alguna idea del segundo volumen de esa obra, que trata de las pasiones. Es más fácil de comprender que el primero, aunque contiene opiniones que no son menos nuevas y extraordinarias. El autor comienza con el orgullo y la humildad. Observa que los objetos que excitan estas pasiones son muy numerosos y en apariencia muy diferentes entre sí. El orgullo o la autoestima puede surgir de las cualidades de la mente: talento, buen sentido, saber, coraje, integridad; de las cualidades del cuerpo: belleza, fuerza, agilidad, buenas maneras, destreza en la danza, en la equitación o en la esgrima; de las ventajas exteriores: país, familia, hijos, relaciones, riqueza, casa, jardines, caballos, perros, vestidos. Luego se dedica  
a descubrir cuál es la circunstancia común, en la que todos esos objetos coinciden y que es causa de que operen sobre las pasiones. Su teoría se extiende igualmente al amor y al odio y a otras afecciones. Como estas cuestiones, aunque curiosas, no podrían resultar inteligibles sin un largo discurso, también las omitiremos aquí.

Quizá el lector prefiera ser informado sobre lo que nuestro autor dice respecto del libre arbitrio. Ha enunciado la fundamentación de su doctrina al tratar de la causa y el efecto, como la expuse más arriba. «Es universalmente reconocido que las operaciones de los cuerpos exteriores son necesarias, y que en la comunicación de sus movimientos, en su atracción y mutua cohesión, no hay el menor rastro de indiferencia o libertad »... «Por consiguiente, todo lo que a este respecto se comporta como la materia debe ser reconocido como necesario. Para saber si tal es el caso con las acciones de la mente, podemos examinar la materia y considerar en qué se funda la idea de que hay necesidad en sus operaciones, y por qué concluimos que un cuerpo o una acción es la causa infalible de otro cuerpo o de otra acción».

«Ya se ha observado que no hay caso alguno, en el que la conexión última de algún objeto pueda ser descubierta por nuestros sentidos o por nuestra razón, y que jamás podemos penetrar suficientemente en la esencia y en la construcción de los cuerpos para percibir el principio en el cual se funda su influencia mutua. Su constante unión y solamente ella, es con lo que estamos familiarizados; y es de la unión de donde surge la necesidad, cuando la mente se determina a pasar de un objeto al que de ordinario lo acompaña, y a inferir la existencia del uno de la existencia del otro. Hay aquí, entonces, dos puntos que vamos a considerar como esenciales en la necesidad, y son: la unión constante y la inferencia de la mente: en todas partes donde los descubrimos, debemos reconocer una necesidad». Ahora bien, nada es más evidente que la unión de ciertas acciones con ciertos motivos. Si todas las acciones no se hallan constantemente unidas con sus motivos propios, esta incertidumbre no es mayor que la que se puede observar todos los días en las acciones de la materia, donde, por razón de la mezcla y de la incertidumbre de las causas, el efecto es a menudo variable e incierto. Treinta gramos de opio matarán a cualquier hombre que no esté acostumbrado a él, mientras que treinta gramos de ruibarbo no siempre lo purgarán. Del mismo modo, el temor de la muerte siempre hará que un hombre se salga de su camino veinte pasos, mientras que no siempre le hará cometer una mala acción.

Y así como hay a menudo una conjunción constante de las acciones de la voluntad con sus motivos, la inferencia de las unas a las otras es frecuentemente tan cierta como cualquier razonamiento referente a los cuerpos; y siempre hay un inferencia proporcional a la constancia de la conjunción. En esto se funda nuestra creencia en los testimonios, nuestra confianza en la historia e incluso toda clase de evidencia moral y casi la totalidad de la conducta en la vida.

Nuestro autor pretende que este razonamiento pone toda esta controversia bajo una nueva luz, al proporcionar una definición nueva de la necesidad. En efecto, los abogados más celosos del libre arbitrio tendrán que reconocer esta unión y esta inferencia en lo que concierne a las acciones humanas; solamente negarán que toda la necesidad se reduzca a esto. Pero entonces deberán  
mostrar que tenemos una idea de algo diferente en las acciones de la materia; lo que resulta imposible de acuerdo al razonamiento precedente.

De un extremo a otro de ese libro se siente la gran pretensión de nuevos descubrimientos en filosofía; pero si algo puede justificar para el autor un nombre tan glorioso como el de inventor, es el uso que hace del principio de la asociación de las ideas, que penetra casi toda su filosofía. Nuestra imaginación tiene una gran autoridad sobre nuestras ideas, y no hay ideas, por diferentes que sean unas de otras, que ella no pueda separar, unir o combinar en toda suerte de ficciones. Pero, a pesar del imperio de la imaginación, hay un lazo secreto, una unión secreta entre ciertas ideas particulares, que es causa de que la mente las junte más frecuentemente y que hace que una de ellas, al aparecer, introduzca a la otra. De ahí surge lo que se llama en la conversación el a propósito del discurso; de ahí la conexión de un escrito; de ahí también ese hilo o esa cadena del pensamiento que el hombre sigue naturalmente hasta en el ensueño más vago. Estos principios de asociación se reducen a tres, que son: la semejanza: un retrato nos hace pensar naturalmente en el hombre representado en él; la contigüidad: si se menciona Saint Denis, la idea de París se presenta naturalmente; la causalidad: si pensamos en el hijo tendemos a dirigir nuestra atención hacia el padre. Será fácil concebir cuán vastas deben ser las consecuencias de estos principios en la ciencia de la naturaleza humana, si observamos que, en todo lo referente a la mente, son éstos los únicos lazos que ligan las partes del universo o nos ponen en relación con cualquier persona u objeto exterior a nosotros mismos. Pues, como es únicamente por medio de 1 pensamiento como cualquier cosa opera sobre nuestras pasiones, y como estos principios son los únicos lazos de nuestros pensamientos, ellos constituyen en realidad para nosotros el cemento del universo, y todas las operaciones de la mente deben en gran medida depender de ellos.



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HUME: EMPIRISTA. L' EMPIRISME, ES CONTRAPOSA AL RACIONALISME.

HUME: EMPIRISTA. 

L' EMPIRISME, ES CONTRAPOSA AL RACIONALISME.

 

 

 

David Hume va ser un important filòsof escocès del segle XVIII (Edimburg7 de maig (26 d'abril segons el calendari antic) de 1711 - 25 d'agost de 1776). Se'l considera el més important dels empiristes britànics. Estudià dret per pressió paterna, però exercí molt poc temps aquesta professió a causa de les seves afeccions literàries i filosòfiques. El 1734 anà a França on va escriure la seva obra més important, el Tractat de la naturalesa humana, que no va tenir l'acolliment que ell esperava. Tot el contrari va succeir amb el segon dels seus escrits, Assaigs morals i polítics. L'èxit d'aquesta obra el portà a reelaborar el Tractat fent una exposició més senzilla en dos llibres: Investigació sobre l'enteniment humà i Investigació sobre els principis morals.
L'any 1763 tornà a França i es relacionà amb Rousseau i els enciclopedistes. El 1769 tornà a Edimburg, on restà fins a la seva mort.
Per a Hume la filosofia no sap res amb certesa, perquè no s'ha ocupat adequadament de l'estudi d'aquella ciència de la que totes les altres depenen: la "ciència de l'home". Per això afirma que cal investigar la naturalesa de l'enteniment humà per determinar l'origen, les estructures, les lleis i els límits del coneixement. Hume esdevindrà un precursor de Kant en algunes de les seves conclusions.


Origen de les percepcions

Per a Hume tots els nostres continguts mentals són percepcions que provenen de l'experiència, ja que no hi ha cap idea ni representació mental que sigui prèvia a aquesta. Hume, seguint Berkeley, no vol donar per fet que les nostres percepcions siguin representacions del món. Per aquest motiu les clasifica, segons el grau de vivacitat, en dos tipus : impressions i idees.
  • Impressions:
Les impressions són sensacions immediates de l'experiència: imatges, passions i emocions.
  • Idees:
Les idees són imatges o còpies difuses de les impressions. Són producte de la imaginació i la memòria, que no aconsegueixen imitar el grau d'intensitat dels originals. Una cosa és la sensació d'un fred intens (impressió) i una altra de ben diferent és el record d'aquell fred intens (idea).
Les percepcions també es poden classificar segons la procedència:
  • Percepcions de sensació: són les que provenen dels sentits externs. Per exemple, ho serien la visió del color verd o l'olor de sucre cremat.
  • Percepcions de reflexió: són estats exclusivament mentals com l'avorriment que ens proporciona esperar al metro o la satisfacció que ens proporciona aprendre.
Segons la seva composició, les percepcions es divideixen en :
  • Simples: són aquelles que no es poden dividir en unes altres de més petites. Per exemple, l'olor dolça d'un perfum.
  • Complexes: són les que es poden dividir en altres percepcions més simples. Per exemple, la percepció d'una rosa vermella es descompon en unes altres de més simples: l'olor, el color, el tacte,etc.


Afirma que les percepcions de sensació apareixen en nosaltres per causes desconegudes i que les percepcions de reflexió es deriven de les nostres idees. Totes les nostres idees simples, en la seva primera aparició, es deriven d'impressions simples, però no totes les idees complexes es deriven d'impressions complexes, perquè podem tenir idees de coses de les quals no hem tingut cap impressió directa. Però atès que totes les idees complexes es poden descompondre en idees simples, es pot afirmar que no es pot pensar res que abans no s'hagi donat en l'experiència. En altres paraules, les impressions, en paraules de Hume, són més vívides que les idees, i, referint-nos a l'ordre temporal, precedeixen sempre a les idees; llavors, això equival a rebutjar en primer lloc l'innatisme i en segon lloc l'acceptació d'éssers que no tenen equivalent en el món físic (crítica la metafísica).


L'associació d'idees

El pensament humà es resol en la capacitat de transformar les impressions en idees, fer-les reaparèixer a la ment i, sobretot, de relacionar-les. La memòria s'ocupa de la 1a. funció i la imaginació de la 2a.
L'associació d'idees depèn de la imaginació, que no realitza aquesta tasca totalment a l'atzar, sinó seguint uns principis, que Hume descriu com "una força suau" que actua sobre una idea acostant-la de forma natural a una altra amb qualitats semblants.
Les qualitats associatives són:
  • Semblança. Una pintura mena naturalment tots els nostres pensaments a l' original ( Investigació sobre l' enteniment humà)
  • Contigüitat en l'espai i/o en el temps.Si veiem un arc de violí, gairebé irremeiablement ens preguntarem on és el violí, una barca ens farà pensar en el mar, o una pantalla en l' ordinador.
  • Causa-efecte. Davant els fenòmens que s' acostumen a succeir temporalment, el nostre enteniment crea una expectativa de futur; espera que certs fets segueixin a d' altres tal com ho han fet en el passat. Així: el fum al foc o la pluja als núvols.
D'aquestes qualitats associatives se'n deriven les nostres idees complexes, que classifica en:
  • Idees de substància.Com per exemple, una poma. La poma és una substància o idea complexa, resultant de la suma d'idees simples: color vermell+textura suau+tamany mitjà+sabor dolç+etc
  • Idees de mode. Aquesta idea no és rellevant en la filosofia de Hume. No la defineix prou bé.
  • Idees de relacions. Com per exemple la relació de CAUSA I EFECTE. Molt important en la filosofia humeana.
Aquestes últimes són les que es formen quan el nostre enteniment analitza i compara idees, establint judicis que van més enllà de la percepció immediata i que estructuren el nostre coneixement.

Les operacions de l'enteniment

Raonar consisteix a descobrir relacions, que poden ser entre fets o entre idees.
  • Les relacions d'idees constitueixen l'àmbit de la certesa demostrativa, perquè les seves proposicions poden ser deduïdes a priori i són sempre necessàries: la seva veritat deriva del fet que el seu contrari constitueix contradicció, però no ens informa de res real. Serien afirmacions del tipus: "la suma dels angles d' un triangle és sempre 180º", o "tots els solters són no casats". No descriuen com es el món i no sorgeixen de l' experiència, sinó del raonament. Són afirmacions universals, vàlides en qualsevol circumstància.
  • Les qüestions de fet es fonamenten en la relació causa-efecte i són contingents, perquè no hi ha cap necessitat que els fets siguin com són ni que es relacionin d'aquesta manera o de l'altra. Ens informen d'alguna cosa real i la seva veritat es fonamenta en l'experiència, és a dir, són a posteriori.Son afirmacions del tipus: "La Marta fa gimnàstica" o "Els núvols porten pluja". El que afirmem és així ara, pero podria no ser-ho; de fet, ningú no ens assegura que en el futur ho siguin.
De la mateixa manera, hi ha dues maneres de tenir coneixement diferents:
  • Per deducció (aplicar regles a premisses per obtenir una conclusió)
  • Per inducció: obtenir conclusions a partir de generalitzacions; observar casos i després generalitzar.
El primer mètode és el propi de les ciències matemàtiques on els seus enunciats són necessaris i la inducció és pròpia dels enunciats de les ciències empíriques. Hume va ser força crític amb la inducció com a mètode científic vàlid, ja que segons ell, el coneixement humà no pot anar més enllà de les afirmacions particulars. L' experiència ens demostra que, cada matí ha sortit el sol, però de cap manera ens demostra que sempre ha de ser així. No és principi universal.

La relació causal és un costum

La major part els nostres raonaments són sobre qüestions de fet i es fonamenten en la relació causal (causa-efecte). Així, quan observem que a un cert fet en segueix regularment un altre, n'inferim que entre el fet-causa i el fet efecte hi ha una connexió necessària, de tal manera que esperem que sempre serà així.
Però, com podem justificar la necessitat d'aquesta inferència?
  1. No ho podem justificar per l'experiència perquè és evident que tenim experiència del passat, però no en tenim del futur.
  2. No ho podem justificar per la raó ja que, en aquest cas, no podríem dubtar mai sobre el resultat. I és evident que ho podem fer, per molt que no ens ho creguem.
  3. No ho podem justificar per una relació d'idees, perquè la negació d'una relació causal no comporta cap contradicció.
Només queda admetre que la guia el costum de relacionar les impressions en el mateix ordre que s'han presentat repetidament en el passat.
La causalitat, doncs, no és cap principi racional, sinó una creença, fonamentada en aquest costum de la imaginació, que "cap home assenyat pot deixar d'emprar", perquè amb ell expliquem el món que ens envolta i com ens relacionem. No n'hi ha cap connexió sinó només contigüitat espacialsuccessió temporal i conunció constant.
Així doncs, la seva crítica al concepte tradicional de causalitat es resum amb la cèlebre frase filosòfica "Tota adscripció de causalitat és una qüestió de fet".


El billar
Hume posa a la seva obra l'exemple de les boles de billar com exemple per il·lustrar la seva teoria. Si es tira una bola de billar "A" contra una bola de billar "B" què està en repòs, què ocorre llavors amb la bola "B"? La resposta més il·lusòria i corrent és dir que la bola "B" es mourà, que el colp de la bola "A" és la causa de què la bola "B" es pose en moviment. Això no és correcte, doncs no observem cap unió/connexió, només percebem que la bola "A" es comença a moure, toca la "B" i la "B" es comença a moure. La causa no és observada, només actua el nostre hàbit.
Hume demostra que l'ésser humà és irracional, ja que la creença o suposició no està justificada, i és producte de què l'ésser humà és instintiu i es deixa guiar amb lògica pel principi de regularitat de la natura i per l'hàbit.
Només podem parlar de probabilitat

De la crítica de la metafísica a l'escepticisme 

Hume troba, a banda de "causa", altres conceptes i objectes d'estudi de la metafísica sospitosos de ser conceptes erronis que no tenen cap impressió associada i per tant un significat vàlid. Per exemple:
1) "Món", "Realitat Física" La idea de món prové de l'experiència, perquè es deriva de la impressió particular; que és una inferència de la raó, perquè ens és possible inferir l'existència de tot que no sigui una percepció. Només la presència continuada en la ment d'un conjunt d'impressions distintes, a les que la nostra imaginació confereix constància i coherència, permet explicar la creença en l'existència contínua del món.
2) "Jo" Del jo tampoc en tenim cap impressió concreta, sinó que es deriva del flux continu de les nostres impressions, que la imaginació associa generant la creença en la identitat personal. No existeix l'ànima: el suposat recipient on s'emmagatzemen els continguts mentals no existeix, és il·lusori, metafísic i només hi existeixen els continguts.
3) "Déu" Del món només podem dir com el sentim i com el vivim i el Jo queda com l'estructura organitzada de la percepció que viu, sent, pensa i que no necessita de Déu (de qui tampoc en tenim experiència) per justificar la seva experiència. En la seva anàlisi de la creença Hume troba que la idea és la mateixa amb o sense la creença, i aquest és l'error dels defensors de l'argument ontològic (que defensa l'existència de Déu com un ésser que per necessitat i harmonia ha d'existir).
4) Relació ànima/cos Hume accepta o cau, segons es mire, en el determinisme, en la negació del lliure albir, perquè, segons argumenta, a la naturalesa no n'hi ha indiferència o voluntat sinó necessitat; és a dir, els nostres actes no tenen causa, són conseqüència de l'atzar o de la "llibertat"*1
D'aquesta manera, amb la seva aparent demostració que el jo i el món són ficcions de la imaginació, Hume vol dissoldre els postulats de la metafísica i adopta un escepticisme moderat.
(*1): Aquest terme és un dels discutits, confosos i potencialment contradictori a la teoria de Hume, ja que l'empra Hume en la seva obra però no amb significat de voluntat sinó atzar, indeterminació, necessitat, ...

Ètica: La moral es fonamenta en el sentiment

Hume fa notar que no és possible demostrar racionalment que una cosa és bona o dolenta, ja que les qüestions morals no corresponen a l'enteniment, perquè aquest només pot realitzar dues operacions: relacionar fets o idees.
Si les qüestions morals es poguessin tractar com a relacions d'idees arribaríem a conclusions absurdes, com per exemple, qualificar el comportament de qualsevol ésser (racional o irracional) de bo o de dolent encara que tingui finalitats molt diferents. És a dir, fins i tot un ordinador podria avaluar si estem fent coses bones o dolentes en funció d'X paràmetres.
Si les tractéssim com a qüestions de fet, resulta que no existeix res que s'anomeni bo o dolent, perquè la qualitat de bo (o de dolent) no és quelcom pertanyent a les coses, sinó que nosaltres atribuïm aquestes qualitats segons el que sentim quan estem en contacte amb tals coses.
En resum, la bondat o la maldat només la descobrim quan al nostre interior hi trobem un sentiment d'aprovació o de reprovació d'una acció, per tant, les qüestions morals no depenen de l'enteniment sinó del sentiment, d'aquí la proposta d'una moral basada en les emocions. Aquesta postura filosòfica és coneguda com emotivisme moral.
El sentiment moral és un sentiment d'aprovació vers les accions. Els factors que determinen l'aprovació d'una acció i la reproducció d'una altra són, d'una banda el plaer, que regula el funcionament de les passions, i de l'altra la utilitat, o no només per l'interès propi, sinó també com a utilitat per als altres.

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Bibliografia:

VALLMAJÓ, Llorenç: Història de la filosofia. Barcelona: Editorial Edebé, 2007
(pàgines 222, 223) 

Webgrafia:

LEIBNIZ: RACIONALISTA. LES MÒNADES I L' HARMONIA PREESTABLERTA


       
EL RACIONALISME DE 
GOTTFRED WILHELM LEIBNIZ


Resultat d'imatges de Leibniz

Va néixer a Leipzig el 1646 i morí a Hannover el 1716. Va ser un gran matemàtic: va inventar el càlcul infinitesimal (10 anys més tard que Newton, però sembla que sense saber-ho). Precursor de la lògica matemàtica actual, amb la seva "art combinatòria" inspirada en Ramon Llull. Va intentar crear una organització universal de les ciències, una xarxa mundial de col·laboració dels investigadors. Les  seves obres principals són:
  • Discurs de Metafísica
  • Nou Assaig de l'Enteniment Humà (rèplica a Locke)
  • Teodicea
  • Monadologia
1.1.1        L’ ordre i la finalitat
Entre els diversos ordres possibles Déu va crear el millor dels possibles. Vivim doncs en el millor dels mons possibles. Déu crea lliurement. L'ordre, és a dir, la raó del món, és la llibertat divina que s'orienta seguint el principi del millor. Heus aquí la reintroducció del finalisme en l'explicació de la realitat física. Allò que existeix és una possibilitat realitzada, però no totes les possibilitats es realitzen: només es realitzen si hi ha una raó suficient per a realitzar-se, és a dir, una finalitat que ho expliqui.
La finalitat més general és la realització del "millor dels mons possibles".
Aquest optimisme metafísic va ser ironitzat per Voltaire al conte "Càndid o l'optimisme".
3.2.2 La llibertat individual
La metafísica de Leibniz justifica plenament la llibertat de Déu. Déu hauria pogut crear el món d'una altra manera o no crear-lo. No és impossible un món diferent. Per això diem que el món és contingent, i no necessari com creia Spinoza.
Necessitat significa impossibilitat del contrari.
Contingència significa que el contrari és possible.
Nosaltres no podem deduir geomètricament l'ordre del món perquè és contingent. Però Déu si que ho sap tot, perquè ho ha creat, perquè ha fet realitat una de les possibilitats infinites.
Déu sap perfectament i des de l'inici de la creació el que faré en cada instant. Tot està predeterminat, la qual cosa nega el lliure arbitri de l’home. Però nosaltres no podem deduir geomètricament el que ens passarà i, per tant, això no ens ha de preocupar. Simplement hem d'intentar complir el nostre deure.
3.2.3 Veritats de raó i veritats de fet
*Les veritats de raó són A PRIORI, és a dir, les coneixem per l'exercici de la raó pura, és a dir, de la intuïció intel·lectual. En canvi, les veritats de fet són A POSTERIORI, és a dir, provenen de l'experiència.
*Les veritats de raó són INNATES i les de fet ADQUIRIDES (si bé això caldrà matisar-ho posteriorment)
*Les veritats de raó són ANALÍTIQUES (el subjecte conté el predicat) Per exemple: "el tot és més gran que les parts". Les veritats de fet no són analítiques (Kant en dirà SINTÈTIQUES), és a dir, el subjecte no conté el predicat. Exemple: Aníbal travessà els Pirineus.
*Les VR són NECESSÀRIES, és a dir, la contrària implica contradicció (és doncs impossible). Per això no necessiten demostració empírica. Les VF són CONTINGENTS, és a dir, la contrària és possible. Per això necessiten demostració empírica.
*Les VR es fonamenten en els principis:
  1. D'IDENTITAT: "tot ésser és idèntic a si mateix" o també "tot ésser és el que és"
  2. De CONTRADICCIÓ: "una proposició no pot ser certa i falsa a la vegada".
Les VF es fonamenten en el PRINCIPI DE RAÓ SUFICIENT: "tot el que existeix té una raó d'existir".
*Les VR són certes encara que no existeixi el subjecte. Les VF només són certes si el subjecte existeix.
*Les VR són les veritats de la lògica i la matemàtica. Les VF fonamenten el coneixement de tot el que no és lògica o matemàtica.
3.2.4 El dinamisme. Les mònades
El mecanicisme cartesià i spinozià no li semblaven suficientment explicatius.
Si considerem la matèria com extensió no podem explicar el moviment. L'explicació geomètrica de la naturalesa dóna com a resultat una imatge estàtica. Leibniz substituirà aquesta concepció estàtica de la naturalesa per una concepció dinàmica.
La matèria és dinamis (reapareix el vell concepte aristotèlic de “potència”), entès com a força. No ho traduïm com a "potència" perquè no és només "capacitat", sinó també "esforç", "tendència a l'acció".
Les unitats de força són les mònades. Les mònades són les substàncies individuals i són infinites. Cada mònada és un individu diferent.
El concepte de mònada unifica el món físic i espiritual. Nega així el dualisme cartesià, però sense arribar al monisme spinozià. Les substàncies no són ni una ni tres sinó infinites.
La mònada és una mena de àtom de força. Es simple, no té parts. Per tant:
  • no es poden dividir (indivisibles).
  • no es poden descomposar (incorruptibles).
  • són inextenses, per tant no tenen figura.
  • són immaterials, són formes o essències.
  • no n'hi ha dues d'iguals.
  • són completament independents les unes de les altres.
  • només Déu pot crear-les o aniquilar-les.

3.2.5 La causalitat. L’ harmonia preestablerta.
Leibniz afirmava que les mònades no tenen "finestres" per on res pugui entrar o sortir. Això significa que les mònades no poden influir-se les unes a les altres.
Experiment: Penso que vull moure la cartera. Hi acosto la mà i es mou. Sembla que la causa del moviment de la cartera és el moviment de la mà, que és causat per la meva voluntat. La cartera, la mà i la meva voluntat estan formades per mònades diferents. Com es produeix la influència causal si són incomunicables? No es produeix cap influència causal, solament ho sembla.
Per entendre el que passa podem fer una comparació amb un conjunt de rellotges perfectament sincronitzats de tal manera que quan soni un sonin els altres. Això només significa que el rellotger ha establert una harmonia entre els moviments dels rellotges. De la mateixa manera que el rellotger, Déu ha preestablert l'harmonia de la creació des de l'inici. Això s'anomena teoria de l'harmonia preestablerta. Déu ja havia previst que jo voldria moure la cartera, que la mà es mouria i que la cartera es mouria. Ja estava programat.
La conseqüència antropològica principal és la negació de la llibertat. A més, la distinció entre veritats de raó i de fet queda matisada: podem mantenir la diferència "necessitat-contingència", però la diferència "a priori - a posteriori" és només aparent: si les mònades no poden influir-se, les "coses" no poden causar les "sensacions".
D'aquesta manera, totes les idees serien innates, si bé les veritats contingents són percebudes simultàniament a la producció del fenomen que aparentment les causa.

Webgrafia: 
https://psicologiaymente.com/biografias/gottfried-leibniz
http://www.xtec.cat/~fvilasec/racionalistes/leibniz.htm