Platón, el mito de Er
—No
es precisamente un relato de Alcínoo lo que te voy a contar, sino el
relato de un bravo varón, Er el armenio, de la tribu panfilia. Habiendo
muerto en la guerra, cuando al décimo día fueron recogidos los cadáveres
putrefactos, él fue hallado en buen estado; introducido en su casa para
enterrarlo, yacía sobre la pira cuando volvió a la vida y, resucitado,
contó lo que había visto allá. Dijo que, cuando su alma había dejado el
cuerpo, se puso en camino junto con muchas otras almas, y llegaron a un
lugar maravilloso, donde había en la tierra dos aberturas, una frente a
la otra, y arriba, en el cielo, otras dos opuestas a las primeras. Entre
ellas había jueces sentados que, una vez pronunciada su sentencia,
ordenaban a los justos que caminaran a la derecha y hacia arriba,
colgándoles por delante letreros indicativos de cómo habían sido
juzgados, y a los injustos los hacían marchar a la izquierda y hacia
abajo, portando por atrás letreros indicativos de lo que habían hecho
[…].
[...]
y después de que pasaban siete días en el prado, al octavo se les
requería que se levantaran y se pusieran en marcha. Cuatro días después
llegaron a un lugar desde donde podía divisarse, extendida desde lo alto
a través del cielo íntegro y de la tierra, una luz recta como una
columna, muy similar al arco iris pero más brillante y más pura, hasta
la cual arribaron después de hacer un día de caminata; y en el centro de
la luz vieron los extremos de las cadenas, extendidos desde el cielo;
pues la luz era el cinturón del cielo, algo así como las sogas de las
trirremes, y de este modo sujetaba la bóveda en rotación. Desde los
extremos se extendía el huso de la Necesidad, a través de la cual
giraban las esferas, […]. Y había tres mujeres sentadas en círculo a
intervalos iguales, cada una en su trono; eran las Parcas, hijas de la
Necesidad, vestidas de blanco y con guirnaldas en la cabeza, a saber,
Láquesis, Cloto y Atropo, y cantaban en armonía con las sirenas:
Láquesis las cosas pasadas, Cloto las presentes y Atropo las futuras.
[…] Una vez que los hombres llegaban debían marchar inmediatamente hasta
Láquesis. Un profeta primeramente los colocaba en fila, después tomaba
lotes y modelos de vida que había sobre las rodillas de Láquesis, y tras
subir a una alta tribuna, dijo: “Palabra de la virgen Láquesis, hija de
la Necesidad: almas efímeras, éste es el comienzo, para vuestro género
mortal de otro ciclo anudado a la muerte. No os escogerá un demonio,
sino que vosotros escogeréis un demonio. Que el que resulte por sorteo
el primero elija un modo de vida, al cual quedará necesariamente
asociado. En cuanto a la excelencia, no tiene dueño, sino que cada uno
tendrá mayor o menor parte de lla según la honre o la desprecie; la
responsabilidad es del que elige, Dios está exento de culpa” […].
Una
vez que todas las almas escogieron su modo de vida, se acercaban a
Láquesis en el orden que les había tocado. Láquesis hizo que a cada uno
la acompañara el demonio que había escogido, como guardían de su vida y
ejecutor de su elección. Cada demonio condujo a su alma hasta Cloto,
poniéndola bajo sus manos y bajo la rotación del huso que Cloto hacía
girar, ratificando así el destino que, de acuerdo con el sorteo, el alma
había escogido. Después de haber tocado el huso, el demonio la condujo
hacia la trama de Átropo, para que lo que había sido hilado por Cloto se
hiciera inalterable, y de allí, y sin volver atrás, hasta por debajo
del trono de la Necesidad, pasando al otro lado de éste. Después de que
pasaron también las demás, marcharon todos hacia la planicie del Olvido,
a través de un calor terrible y sofocante. En efcto, la planicie estaba
desierta de árboles y de cuanto crece de la tierra. Llegada la tarde,
acamparon a la orilla del río de la Desatención, cuyas aguas ninguna
vasija puede retenerlas. Todas las almas estaban obligadas a beber una
medida de agua, pero a algunas no las preservaba su sabiduría de beber
más allá de la medida, y así, tras beber, se olvidaban de todo. Luego se
durmieron, y en medio de la noche hubo un trueno y un terremoto, y
bruscamente las almas fueron lanzadas desde allí –—unas a un lado, otras
a otro— hacia arriba, como estrellas fugaces, para su nacimiento. A Er
se le impidió beber el agua; por dónde y cómo regresó a su cuerpo, no lo
supo, sino que súbitamente levantó la vista y, al alba, se vio tendido
sobre la pira.
Platón, República, 614a-621b.
Webgrafia:
http://valdeperrillos.com/books/farenheit451/platon-mito-er
https://www.youtube.com/watch?v=cd3t9BtkZvU
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